viernes, 20 de abril de 2012

Reflexiones de madrugada


Me doy cuenta ahora de que, quizá, todos pecamos demasiado de vanidad.
Y me molesta porque, en realidad, no era de eso de lo que me había propuesto hablaros esta noche.

Esta noche, después de haber visto Los Juegos del Hambre (peliculón, muy recomendable para reflexionar), quería explicaros que he pasado mucho miedo.
No he pasado miedo por los personajes, sabía que ellos acabarían sobreviviendo, porque de algún modo en las historias los protagonistas deben ejercer de protagonistas; porque con todo, el cine siempre será una industria por encima de un arte.
He pasado miedo por nosotros, he pasado miedo por nuestro mundo; porque nos he visto.
He visto llegar ese punto en el que todo es “Pan y espectáculo”, donde la vida ya no vale nada, donde la moral ya no existe, donde no hay ley.
Y la cuestión es que, cuando no hay trabajo, no hay oportunidades, no hay esperanza; el raciocinio desaparece para dar paso a la masa enfurecida; y la masa enfurecida no piensa: actúa.
Y mientras actúa, mata y descuartiza los restos de algo que ya nunca podrá olvidarse del todo, ni cicatrizar por completo.
Y cuando al fin, la turba se disuelve y cada ser humano vuelve la vista atrás, no se reconoce en sus actos; y, asqueado de sí mismo, del mundo, y de todo, se ve obligado a continuar caminando frente a un nuevo amanecer, a encerrar tras cuarenta cerrojos los remordimientos, y a bajar la vista cuando sus hijos le pregunten, horrorizados, cómo fue posible para el hombre llegar a corromperse de ese modo.
Como ya ha sido en la historia, una y otra vez.

Y me pregunto, hoy más que nunca, cómo será. Si ha cambiado en algo la era moderna, si es más moderna por algo, o si cae en sí misma como una rueca eterna, una espiral maldita de destrucción.
Y no puedo evitar acordarme, tan puntualmente, de san Ignacio cuando nos dice: “En tiempos de desolación nunca hacer mudanzas”

Quiero pediros que nunca dejéis de ser vosotros, que no dejéis que las circunstancias os obliguen a hacer algo que por vosotros mismos jamás haríais, algo de lo que tengáis que arrepentiros, algo con cuyo peso hagáis cargar cruelmente a vuestros hijos durante otro par de siglos.
Porque esta Europa aún está pagando la deuda de un par de guerras mundiales, que a su vez comían de los restos de tantos otros odios, rencores y a la postre, remordimientos con los que ya era imposible vivir.

Por favor, que esto a lo que llaman crisis, de lo que acabaremos saliendo como salimos tantas veces de cosas peores, no os haga olvidar ni por un momento que sois seres humanos, antes que todo.
Y que ése que tenéis al lado es tan humano como vosotros, y que su vida y la vuestra sigue valiendo más que todo.
Porque todo lo demás, todo, absolutamente todo: es mentira.
Todo lo demás lo inventamos nosotros: nosotros inventamos el estado, y los bancos.
Y el dinero, y los presupuestos.
Y las empresas, y los funcionarios.
Y el vino, y el jamón serrano.
Y los ordenadores, y los smartphones.
Y los hospitales, y las escuelas.
Y los vestidos, y las palomitas de maíz.

Si lo inventamos podemos desinventarlo, y cambiarlo, y volver a hacerlo, y hacerlo mejor, y equivocarnos, y hacer que valga más o que deje de valer.

Pero sin nuestras vidas, ya no quedará nada.
Es por nuestra dignidad, y por la del vecino, por lo que debemos preocuparnos de veras. Lo que jamás debemos traicionar, por muy encerrados que nos sintamos.
Aunque odiemos, y sepamos que muchos son culpables de mucho, porque como decía Voltaire "Desapruebo lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte el derecho que usted tiene a decirlo"

Pues eso.
Que aunque no sirva para nada, necesitaba decirlo.
Que no quiero que volvamos a matarnos entre nosotros nunca, por feas que se pongan las cosas.


Y volviendo a la vanidad, que era el tema en que acababa la charla de esta noche y empezaba la reflexión escrita.
Después de recomendar cosas al mundo toca leerme a mí misma la cartilla, que siempre es necesario.
Ahora más que nunca.

Supongo que a veces pienso que soy mejor de lo que soy.
A veces creo no tener vanidad, cuando la tengo y mucha.

Cuando uno es niño, soñador y utópico, (y siempre me he considerado todas esas cosas); tiende a pensar que, algún día, cambiará el mundo.
Y salvará a la humanidad, y arreglará el hambre, o la política de su país; o lo que es peor: todas esas cosas a la vez.

Pues bien, hoy, me he dado cuenta de algo que hace tiempo que temía: yo, nunca cambiaré el mundo.
¿Y sabes por qué? Porque no soy capaz ni siquiera de hacerte sonreír a ti, ahora que te tengo a mi lado, y lloras.

Y ésa es la realidad triste.
Ahora, que aún tengo 18 años, creo que me veo obligada a comprender que nunca figuraré en los anales de la historia, ni tampoco entre los grandes artistas que dio el mundo. Y en todo caso, cuando todo lo que hoy sucede se cuente, ya habremos muerto.

Me doy cuenta de que yo, a mi manera, también perseguía un raro tipo de fama, también quería sentirme “especial”, “diferente”, e incluso “indispensable”.

Todos queremos ser trascendentes, no sé muy bien por qué, tiene que ver con nuestra naturaleza.
Quiero comprometerme, hoy, a intentar olvidarlo.

De ahora en adelante, sólo viviré para el hoy.
Sólo viviré para tener tu mirada, tu sonrisa, tu mano amiga.
Y, con el tiempo que habitualmente pierdo en soñar despierta, podré construir muchas más cosas en este mundo chiquito que me rodea, que todavía puedo controlar.
Porque seamos sinceros, yo no entiendo ni de política, ni de economía (como la mayoría de gente que habla de ambos temas en este país); así que, está claro que no soy yo la que puede arreglarlos, aunque me toque una parte de responsabilidad, y por tanto, de culpa.

Pero sí puedo hacer que tú no llores, que no sufras, que mi vida no sea otra mentira más.
Puedo, y debo, levantarme todos los días por las mañanas, y ponerme a trabajar; para hacer de mi humilde existencia, que pasará desapercibida a la mayoría, algo que valga la pena, y que sirva de ejemplo sincero de mi voluntad por cambiar el mundo.

Naturalmente, no será nada fácil. Espero que mi querida Romero, que ha sido la que me ha leído la cartilla esta noche, se permita darme un toque de atención cuando vea que me estoy yendo de madre.

De todos modos, Romero querida, el capricho del saxofón me lo vas a tener que consentir, y temo no sentirme demasiado culpable por habérmelo dado.

A todos los demás, buenas noches.
Sueño que, si logro cambiar lo poco que me rodea, también cambiaré lo que os rodea a vosotros, de alguna manera. Y así sí, habré logrado cambiar un poco el mundo.

Y naturalmente, esto ya lo pensaron otros miles antes que yo, pero demonios, ¡hasta que no se lo propone uno, no es lo mismo!
Y como dice esa sevillana “Si con el pensamiento se caminara…”; a ver qué tal se me da llevarlo un poco a la práctica.

Y que os quiero.
Sobre todo si habéis aguantado leyendo hasta aquí, que menudo muermazo... :P

sábado, 14 de abril de 2012

Simplicidades

A veces sé que tengo una buena idea, vive en mi cabeza durante unos breves segundos, y luego, se marcha. y me deja con esa sensación cruel de haber tenido algo muy especial en la punta de los dedos, y haberlo perdido.
Como esta tarde.

Pero hoy he escrito unos versos de todos modos, porque qué queréis que os diga;
a veces, todavía y gracias a Dios, tengo mono de escribir. Algunas veces.


Zaragoza, 14 de abril de 2012,  C. C. Dávila,  Gaviota


Una vez supe de qué quería escribir,
pero lo olvidé;
se me escapó contemplando a otros,
que siempre escribirán mejor que yo.


Y con todo sé que había algo,
de lo que quería escribiros,
pero lo olvidé.


Y ahora estoy aquí,
llenando este papel con cualquier palabra;
por si acaso me acuerdo,
de eso que quería escribiros,
y que olvidé.


Pero de momento, nada